sábado, 21 de octubre de 2017

VIRTUDES


Hoy en día, en los ámbitos eclesiales se habla de los valores, sÍ; pero con un lenguaje lastimero. Y lo que es peor, cuando lo hacemos, es para hablar de los valores de los otros. Y no precisamente para alabarlos o para intentar emularlos. Dejo para los más expertos el poder determinar las causas -que necesariamente tienen que venir de varias direcciones- y que son diferentes para los diferentes individuos.

Dice el catecismo de la Iglesia Católica:

La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.
«El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio  1).
La virtud sería entonces un valor trabajado y continuado en el tiempo con un objetivo (el bien, la belleza o la justicia que produce en mí esa virtud)
a conseguir. Ademas: teniendo como referencia a Dios y a su Reino.
¿Por qué estamos dispuestos a hacer todo lo indecible por conseguir un cuerpo 10, por ejemplo? ¿Por qué no abundan los creyentes que estén dispuestos conseguir con la misma tenacidad y convicción las virtudes teologales, por poner otro ejemplo? ¿Serían comparables, para un creyente (o, simplemente un ser humano) los resultados?
Para san Francisco de Asís está claro: nos falta el gozo espiritual. Y, al faltarnos el gozo espiritual nuestra inteligencia inventa pretextos.(E.P.15)

Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8).

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