Hoy
en día, en los ámbitos eclesiales se habla de los valores, sÍ; pero
con un lenguaje lastimero. Y lo que es peor, cuando lo hacemos, es
para hablar de los valores de los otros. Y no precisamente para
alabarlos o para intentar emularlos. Dejo para los más expertos el
poder determinar las causas -que necesariamente tienen que venir de
varias direcciones- y que son diferentes para los diferentes
individuos.
Dice
el catecismo de la Iglesia Católica:
La
virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite
a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí
misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona
virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de
acciones concretas.
«El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1).
La
virtud sería entonces un valor trabajado y continuado en el tiempo
con un objetivo (el bien, la belleza o la justicia que produce en mí
esa virtud)
a
conseguir. Ademas: teniendo como referencia a Dios y a su Reino.
¿Por
qué estamos dispuestos a hacer todo lo indecible por conseguir un
cuerpo 10, por ejemplo? ¿Por qué no abundan los creyentes que estén
dispuestos conseguir con la misma tenacidad y convicción las
virtudes teologales, por poner otro ejemplo? ¿Serían comparables,
para un creyente (o, simplemente un ser humano) los resultados?
Para
san Francisco de Asís está claro: nos falta el gozo espiritual. Y,
al faltarnos el gozo espiritual nuestra inteligencia inventa
pretextos.(E.P.15)
“Todo
cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de
honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso
tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8).
No hay comentarios:
Publicar un comentario