En este tiempo de
cuaresma hablamos de conversión de muchas maneras, pero olvidamos ó
dejamos para más adelante (“mañana te abriremos”) las formas y
métodos de conversión. Preferimos usar nuestro pensamiento mágico
para “pedir a Dios” que nos convierta. Por supuesto que no lo
podremos hacer sin El; nuestro problema es que lo dejamos sólo en lo
que es “nuestra tarea”.
Los franciscanos
nacimos con la idea de Francisco de conversión, de penitencia.
Cuando alguien abandona ese pensamiento mágico y se propone caminar
por ese sendero de conversión, descubriendo las sorpresas que
aguardan en cada vericueto y en cada piedra del camino, pero sobre
todo dentro de nosotros mismos, en los apetitos, quereres y miedos,
es cuando descubrimos la penitencia como necesidad y apoyo en el
caminar hacia Dios y hacia nosotros mismos.
Tres son los grandes
caminos para llegar a ella y que, además, compartimos con otras
religiones desde nuestro origen: oración, limosna y ayuno. Hay otro
camino, casi sendero escondido, adoptado por Francisco y también
compartido con otras religiones que es la peregrinación. Lástima
que lo hayamos convertido –la mayor parte de nosotros- en folclore.
Y lástima, también, que nos dejemos llevar por la ilusión que las
“pequeñas penitencias” de cada día son la verdadera penitencia
para volver a excusarnos de que la puerta de nuestro corazón siga
cerrada.
¿Qué tengo yo, que mi
amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Lope de Vega