La formación es una de las palabras más traídas y llevadas dentro de la Iglesia como dentro de la OFS. Tanto, que ya no nos entendemos cuando la utilizamos.
Entiendo que debemos
hacer una ascesis muy grande para despojar la palabra de ese sentido
pragmático y utilitarista que la desvirtúa, pero sobre todo tapa,
velándola, la formación verdadera, en mi opinión, la que construye
y posibilita el desarrollo armónico personal en todas y cada una de
sus facetas.
No se trata de
adoctrinamiento ni de ingenieria de datos en sus múltiples
variantes.
Y es que en materia de
fe - espiritual- el lenguaje verbal pasa a muy segundo término, por
lo que los vocablos, las ideas, las técnicas son secundarias. Pero,
parece que interesa más lo secundario que lo esencial. Estamos
mucho más preocupados por las etiquetas y definiciones, que por el
mismo contenido al que se refiere.
Es muy cierto que en
materia eclesial, sin un mínimo de discernimiento racional y de
conocimiento de la Escritura y de la Historia de la Iglesia, se
comenten grandes desviaciones, que pueden llevar a otros extravíos y
deformaciones más graves, pero estos conocimientos son incapaces de
añadir nada –ó muy poco- al DESEO DE DIOS y su OBEDIENCIA, a la
BÚSQUEDA INCESANTE de sus HUELLAS y el empeño repetido incansablemente de
DESAPROPIACIÓN. Eso que san Francisco resumía en la expresión:
ESPÍRITU DE ORACIÓN.
Santa Teresa buscaba
sus directores entre los letrados más instruidos, pero tenía muy
claro, que si a su formación no acompañaban una gran vida
espiritual, sólo le eran útiles en el discernimiento racional y en
la interpretación de la sagrada Escritura, pero incapaces de
aportar luz a sus experiencias místicas.
El teólogo K. Rahner
ya adelantó que, en estos días, el cristiano y la cristiana, son
místicos o no son cristianos.
No son mensajes lo que
hoy el mundo espera de los cristianos, sino las razones de su vivir,
después de haber sido contagiados (?..!) por el vigor y luminosidad
de sus vidas.