La santidad es uno de
esos valores a recuperar y una palabra, o mejor, un uso de la palabra, a restaurar, deformada por el abuso del lenguaje. Olvidamos con mucha
frecuencia que el lenguaje tiene como fin primordial, que nos
podamos comunicar con el deseo de entendernos. Y lo estamos convirtiendo
simplemente en arma dialéctica. Abusar del lenguaje es pervertirlo.
Y eso lo hacemos por ignorancia, descuido, indeseo de precisión...
no simplemente por maldad o capricho.
Una de las
deformaciones de la palabra ha tenido su origen en las “gentes de
bien” y la ha cargado de moralismo, deformándola hasta modificar
su olor. Para la gente afiliada al pragmatismo conviene recordar
que el “olor de santidad” no es algo abstracto, ideal o figurado,
sino algo verificable y al alcance de nuestros sentidos.
Lamentablemente los
sentidos, como el lenguaje, la conciencia... estan sujetos a la
malformación, al deterioro y a la desaparición.
Uno de los retos que
tenemos como franciscanos y como cristianos es recuperar y
rehabilitar este valor hasta volver a lo que expresa el salmo 93: “la
santidad es el adorno de tu casa”.
En un mundo que ha
llevado la estética a los máximos lugares, la santidad debería ser
un vehículo de transmisión para nuestra espiritualidad, entendida como vida de fe. Hacia nuestro interior
y hacia los demás.
¡TODOS LOS SANTOS Y SANTAS FRANCISCANAS INTERCEDAN POR TODOS NOSOTROS!