Cuando me dieron el
examen final de Cristología, el profesor me planteó la cuestión
sobre la conciencia de su divinidad, en Jesús. Él había explicado
que, en las Escrituras no constaba que Jesús hubiera dicho que él
era el Hijo de Dios. Consciente de lo que me “jugaba” como
alumno, le respondí que los cuatro evangelios incluyen como causa de
su condena el ser/decir “Hijo de Dios/ Cristo”. Sonrió, me pasó
la mano por los hombros y continuamos... y no sólo por el criterio
de concordancia.
Esta semana santa
podemos pararnos a contemplar la divinidad y la autoridad de ese “nazareno”,
tocado por el dedo de Dios, que disponiendo sus oídos a la escucha
reverente y obediente de la Palabra de Dios aprendió su oficio de
Dios, graduándose al ser colgado de un leño.
“Maldición para los
judíos y escándalo para los griegos, mas para los llamados, tanto
judíos como griegos es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor,
1,23-24)
Pidamos al Señor oídos
de discípulo para seguir escuchando en medio de esta sociedad “pero
yo os digo...”, (nos lo sigue dicendo ahora), para poder escuchar:
“dichoso el que no se escandalice de mí”.
Que aprendamos un poco
mejor en la carne de nuestro corazón, que la cruz no es sino
consecuencia de nuestro seguimiento.
Que Dios aumente
nuestra fe en estos misterios que contemplamos, celebramos y a los
que nos adherimos con nuestro espíritu y con todo nuestro ser.