martes, 25 de marzo de 2014

PERDÓN


Con las palabras, con el lenguaje hablado, ocurre lo mismo que con las obras literarias, de las que se afirma que la “criatura” el engendro literario tiene vida propia desde su publicación, independizándose de su creador, y por ello también podemos utilizar esta licencia para las líneas que siguen.

Per-don puede tener el significado de un don superlativo (sugerido por el prefijo per, que en latín tiene también esa función) y que se recoge en palabras como perfección, o pervivir.

El concepto de perdón ha tenido una evolución notable. En tiempos de Herodoto o de Platón estaba más ligado a un “hacer la vista gorda”, “dejar pasar” algo así como ponerlo en la categoría de “mal menor”, con aflojar la tensión.
La dimensión máxima en el significado de perdón nos viene de Cristo y de los cristianos, donde el perdón adquiere nuevos perfiles como la incondicionalidad y la ilimitación. De aquí que podamos considerar esta condición de don en su máxima dimensión. Dar con todo el potencial que somos capaces.
Casi incomprensible, pero inaceptable para el que vive para el “quid pro quo” de los que siempre esperan la contrapartida.
“Yo perdono, pero no olvido” es una frase que mucha gente repite con diferentes sentidos, pero con el denominador común de limitación: niegan la incondicionalidad del perdón cristiano.
El perdón cristiano está envuelto en una dinámica particular, que admite puenteos en la forma y en los tiempos, pero no en el sentido: pedir/ofrecer- dar/recibir- reparar/resarcir- acoger/asumir - agradecer-reconciliar (re-establecer las relaciones con nuevos sentimientos).
Es de esas pocas realidades en las que se crea una puerta en lo tangible que da paso a lo intangible, en lo corporal hacia lo espiritual.
Y es que el perdón cristiano no nace de nuestro mérito, ni de nuestra dimensión de humanidad, sino de la justicia debida a la misericordia de Dios con cada uno de nosotros. Y de la certeza de que siempre vamos a necesitar ser perdonados.


 Perdónanos nuestras ofensas, 
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
como Tú nos perdonas.

jueves, 20 de marzo de 2014

MEDIOCRIDAD



Vivimos una época en la que los mediocres campan por sus anchas. Ignoro si es solamente la confirmación de la teoría de de la manipulación de Noam Chomsky , o/y por una dejación en los deberes cívicos de aquellos y aquellas que poseen la capacidad, la formación adecuadas y sinceramente apasionadas/vocacionadas por el bien común o la res publica.
Un estudio serio multidisciplinar en este aspecto sería altamente iluminador para este cambio epocal en el que vivimos, o trasnochamos.

Con ser grave la situación de esta mediocridad del “ánimus” del hombre moderno, me parece más grave y de más urgente remedio la mediocridad del “ánima”. Éso que se conoce como tibieza, en el dominio espiritual.

Decía san Francisco: "Cuando el espíritu se entibia y llega poco a poco a enfriarse en la gracia, por fuerza la carne y la sangre buscan sus intereses. Porque - observaba también-, si el alma no encuentra gusto, ¿qué queda sino que la carne vuelva a lo suyo. Y entonces el instinto animal inventa necesidad, la inteligencia carnal forma conciencia". 2Cel 69

Nuestros esfuerzos cuaresmales pueden resultar baldíos sin no somos capaces de mirar cara a cara a nuestra tibieza, agudizando nuestros sentidos y nuestra conciencia ante la magnitud del mal que esta generando en nosotros y en los que nos rodean.

Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.
Tú dices: « Soy rico; me he enriquecido; nada me falta ». Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo.
Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista.
Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.
Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.
Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono.
El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Ap 3, 15-22




martes, 11 de marzo de 2014

FRAGILIDAD


La fragilidad es uno de los calificativos de la condición humana. Y mirando con ojos de mercado es una oportunidad ante la que abren sus fauces los nuevos demiurgos.
Vivir sin sentido, porque hemos renunciado a él, significa que no podemos distinguir –y que no queremos distinguir- entre los fines y los medios utilizados. Pero también podemos extenderlo al campo de las necesidades, donde se confunde la necesidad con el derecho y donde no hay capacidad –ni deseo- de distinguir entre límites personales propios y ajenos. 

Hay como una decisión de mostrar al sofisma de que el hombre es un lobo para el hombre, como irreversible. Pero eso es tanto como volver a la ley de la selva: la ley del más fuerte y mejor dotado. Ortega decía que la democracia nació cuando los débiles unieron sus esfuerzos contra la ley de los más fuertes (que son menos numerosos).
Hoy parece que son los fuertes los que se han puesto de acuerdo para luchar contra los más débiles y, claro, para ello subvierten los valores, los arrinconan… o, al menos, lo pretenden. Cuando faltan los valores y el sentido: todo vale, si me sirve para conseguir mi propósito.

Aunque mirando a la Historia podemos deducir que no es nueva esta situación,  para los que estamos inmersos en el trajín diario, faltos de esta perspectiva histórica, hacer el paso desde otra situación que nos había ilusionado con los valores de la justicia social, de los derechos universalizados y una paz distinta de la pax romana, nos resulta primeramente dolorosa y extremadamente difícil la reconversión.

Afortunadamente la fragilidad, la conciencia de mi fragilidad, es una oportunidad de entrever y buscar nuevos caminos de conversión. No aferrarnos a nuestra condición, sino que equipados con valores cristianos y con el chaleco protector de la esperanza, afanarnos en desbrozar caminos cerrados por el interés, la mentira, la insolidaridad y la insensibilidad ante el dolor ajeno.

Crear y construir espacios de fraternidad, como dice el papa Francisco con tanto énfasis, como convencimiento. 
Una oportunidad y un reto para esta cuaresma.



jueves, 6 de marzo de 2014

MORIR Y VIVIR


Vivimos para Aquel que, muriendo por nosotros, es la Vida; morimos a nosotros mismos para vivir para Cristo; pues no podemos vivir para él si antes no morimos a nosotros mismos, a nuestra propia voluntad. Somos de Cristo, no de nosotros [...].
Morimos, pero morimos en favor de la vida, porque la Vida muere en favor de los que están muertos. Ninguno puede morir a sí mismo si Cristo no vive el él. Si Cristo vive en él, ninguno puede vivir para sí. ¡Vive en Cristo como Cristo vive en ti! Se ama a sí mismo rectamente quien se odia a sí mismo para su bien; esto es, se mortifica [...].
Debemos dirigir nuestros ataques contra todo vicio, sensualidad, contra la atracción del mal. Al que lucha le basta con vencer a los adversarios: venciéndote a ti mismo, habrás vencido a todos. Si te vences a ti mismo, das muerte a ti mismo, serás juzgado vivo por Dios. Tratemos de no ser soberbios, malvados, sensuales, sino humildes, dóciles, afables, sencillos, para que Cristo reine en nosotros; él que es un rey humilde y, sin embargo, excelso (san Columbano, Instrucciones X, passim).