Una de las hipótesis en el estudio del
lenguaje nos lleva a la consideración de que somos informados
inconscientemente por el lenguaje que utilizamos. Hipótesis que
forma parte de otra más amplia en la que se postula que “lo que
hago, me hace”.
Dice Heidegger que el rasgo fundamental
de habitar es cuidar. Pero quizás es algo más, y me atrevo con
Francisco de Asís a decir que habitar es guardar. Guardar que, en
nuestro idioma, tiene una triple acepción: vigilar, asegurar y dar
cumplimiento.
Sigue diciendo Heidegger que el
objetivo de guardar sería nuestra propia esencia personal. También
indica que habitar requiere un proceso asimilado a construir. Es
decir que nos exige una actividad consciente, enfocada y laboriosa.
Por eso cambiamos con facilidad a
verbos como alojar, albergar, sino en las propias palabras, sí en
sus significados; menos exigentes y mucho más transitorios.
Nuevamente podemos comprobar que es ese esfuerzo –por construir- lo
que nos aleja de palabras como morar y hogar.
Habitar exige relación con el medio.
Exige conocimiento y cercanía vital. Pero sobre todo exige apertura
y toda nuestra capacidad para trascender nuestra mirada. Para
conseguir estar en comunión. Co-habitar.
Señor,
¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar
en tu monte santo? Sl 14
Tu bondad y
tu misericordia me acompañan
todos los
días de mi vida,
y habitaré
en la casa del Señor
por años
sin término. Sl 22