Son los dos modelos
de alcanzar el ideal del deseo franciscano: la perfección de la
caridad.
En realidad el
deseo de Francisco iba mucho más allá y, tal vez por eso en Damieta
Francisco trocó el deseo de santidad personal en deseo de salvación
universal. Tal vez sin Marraquech no hubiera habido Damieta.
La pregunta que hoy
se escucha en boca de muchos “agnósticos” es: ¿porqué tengo yo
(casi siempre, tú) que buscar salvar a alguien?
La pregunta está
viciada en su origen y, en algunos, simplemente es capciosa.
Está viciada -en
gran parte- por la propia palabra salvación cargada
de ideología y a merced de interpretaciones subjetivas. Sólo cuando
entendemos salvación en clave de felicidad podemos acercarnos al
pensamiento de Francisco de Asís. Y la felicidad puede liberarse de
su carga egoísta solamente cuando compartimos. Y puestos a
liberarnos de nuestro egoísmo diremos que no buscamos sino que
solamente proponemos.
Que es, justamente, el modelo divino.
“Así
serás feliz, tu y tus hijos... Dt 4, Jn 4,15”