La fe tiene como objetivo principal el
encuentro con Cristo primero y, después, llegar a la presencia de
Dios. Pero la verdadera fe nace precisamente en el encuentro con
Cristo.
Ha habido creyentes (?) algunos muy
notorios y notables (Miguel de Unamuno, por ejemplo) que al no llegar
a él, se rebelaron y, en palabras de Francisco de Asís, “volvieron
al vómito de la propia voluntad”.
El encuentro personal con Cristo es
fundamentalmente Gracia, pero es también virtud, en cuanto trabajo y
cultivo del corazón en sus apetitos y pasiones. Es lo que el Evangelio denomina Conversión. Que no es sino el esfuerzo renovado cada día por con-formar (tallar) nuestro corazón con la Voluntad de Dios.
HÁGASE TU VOLUNTAD, COMO EN EL CIELO, TAMBIÉN EN LA TIERRA: para que te amemos con todo el corazón (cf. Lc 10,27), pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, empleando todas nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio, no de otra cosa, sino del amor a ti; y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, atrayendo a todos, según podamos, a tu amor, alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a nadie (cf. 2 Cor 6,3). ParPN