Señor Dios mío, hazme digna de
conocer el altísimo misterio de tu ardiente caridad, el misterio
profundísimo de tu encarnación. Tú te has hecho carne por
nosotros. Por esta carne comienza la vida de nuestra eternidad (...).
¡Oh amor que se da entero! Te has alienado a ti mismo, te has
anulado a ti mismo para hacerme, has tomado los despojos de siervo
vilísimo para darme a mí un manto real y un vestido divino (...).
¡Por esto que entiendo, que comprendo
con todo mi ser -que tú has nacido en mí-, seas bendito, Señor!
¡Oh abismo de luz! Toda la luz está en mí, si veo esto, si
comprendo esto, si sé esto: que tú has nacido en mí. En verdad
entender esto es una cumbre: la cumbre de la alegría (...). ¡Oh
Dios increado, hazme digna de profundizar en este abismo de amor, de
mantener en mí el ardor de tu caridad. Hazme digna de comprender la
inefable caridad que tú nos comunicaste cuando, por medio de la
encarnación, nos manifestaste a Jesucristo como Hijo tuyo, cuando
Jesús te nos reveló a ti como Padre. ¡Oh abismo de amor! El alma
que te contempla se eleva admirablemente más allá de la tierra, se
eleva más allá de sí misma y navega, pacificada, en el mar de la
serenidad. (Ángela de Foligno, franciscana seglar)